Me llamaron Cristina, por no llamarme Marina, combinando mi segundo nombre con un primero, que para nada hace justicia a mi personalidad, algo que dejare contar a terceros, sin animo de decir mas que lo que es cierto...
Me crie con chicos, y a la vista esta que sin hacer falta jurarlo, es obvio y real.De ellos pude aprender como correr lanzando piedras a los coches sin que los gitanos del barrio te dieran alcance para robarte el balon de futbol que tanto tuviste que rescatar del tejado de la iglesia que gobernaba Don Carmelo, el cura que, sin dudarlo un instante, enviaba a la calle a los bebes que lloraban junto a sus madres sonrojadas, un domingo cualquiera, en el que nada teniamos mejor que hacer, los que ocupabamos el parque despues de acabar los deberes del cole Ciudad de Valencia, ubicado al otro lado del puente,levantado a 20 metros sobre la carretera, y al que le temblaban los andamios en dias de fuerte viento y lluvia.
Lo que mejor recuerdo de mi infancia, fueron las horas de juego en mi habitacion, con todos aquellos muñecos que cuidaba con ternura, arrepentida de haberles desdibujado su cara original, para imaginar unas cejas que a boli, pintaba sobre sus inquietos ojos, los cuales se cerraban, automaticamente, al tumbarlos en la cama.
Fue una infancia llena de trompicones, y como prueba de ello varias cicatrices se grabaron en mi cuerpo; aun recuerdo a mi hermano, once meses mayor que yo, señalar con el dedo, una de ellas que tenia en la frente...creo que fue una de otras tantas que se quedarian haciendome compañia para el resto de mi vida, al igual que lo haria uno de los dientes incisivos partidos contra el canto de una mesa, por culpa de mi mas que evidente falta de vision.Cuantas oportunidades me dio aquel al que muchos veneran los Domingos y en otras fechas señaladas, para no perecer en mitad de un parque de juego, por culpa de no saber columpiarme de manera civica e imitar a los mayores, equivoco ejemplo a seguir en el arte del juego.Reconozco que los dias que me atrevia a bajar a la zona comun, eran para mi momentos en el que el reto de seguir con vida era como una inyeccion de adrenalina tal, que preferia ser tachada de cobarde jugando en un territorio acogido por el calor de la familia, entre las cuatro paredes de mi magnifica habitacion, a rifarme otro batacazo contra el suelo, despues de ser despedida por los aires desde el balancin.

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